En medio de un fuerte aguacero, un monje encuentra a un gatito al que bautiza como Anzu y cría con esmero. Sin embargo, 30 años después, el gatito no solo no ha muerto, sino que se ha convertido en un “gato fantasma” que habla y vive como un ser humano. A sus 37 años, viaja en ciclomotor y trabaja a tiempo parcial como masajista. Un día, el anciano monje le pide a Anzu que cuide de Karin, su nieta de 11 años que ha sido abandonada por su padre, y este acepta a regañadientes. Al principio, sus personalidades enérgicas chocan y saltan chispas, pero poco a poco empiezan a entenderse. Entonces, Karin le pide un favor a Anzu, quiere volver a ver a su madre fallecida. Ese es el punto de partida para un dramático viaje que les llevará hasta el mismísimo Infierno.
La gran virtud de ANZU, GATO FANTASMA es, sin duda, su gran apartado visual. La animación realizada mediante rotoscopia otorga a los personajes una gestualidad orgánica, casi táctil, que se aleja de la rigidez digital. Los fondos, elaborados con una estética que recuerda al impresionismo tardío, crean una atmósfera etérea, entre el sueño y la melancolía. Todo respira naturaleza, color, y una cierta melancolía que envuelve incluso los momentos más livianos.
Pero el guion no acompaña del todo a esa belleza. Aunque parte de una premisa potente —el duelo, el abandono, el reencuentro con una figura materna ausente—, la película nunca se sumerge del todo en sus emociones. La relación entre Karin y Anzu, si bien simpática, evoluciona con poca profundidad. Hay ternura, hay roces, hay humor, pero no una verdadera transformación emocional. Y cuando llega el momento clave, la bajada al inframundo para reencontrarse con su madre fallecida, todo ocurre demasiado rápido. El drama se insinúa, pero no se explora.
La película parece dudar entre el tono ligero de la comedia sobrenatural y la gravedad de su trasfondo emocional. Los gags funcionan —en especial gracias a la personalidad contradictoria de Anzu, mezcla de sabio desganado y gato malcriado—, pero a veces interrumpen el flujo narrativo. No hay un desequilibrio destructivo, pero sí una falta de enfoque claro. El resultado es una historia que emociona en momentos puntuales, pero que no logra sostener esa emoción a lo largo del metraje.
Sin embargo, sería injusto decir que ANZU, GATO FANTASMA es una película que fracasa. Es una obra menor, sí, pero también sincera. Tiene encanto, tiene estilo, y tiene personajes que, aunque algo esquemáticos, resultan entrañables. Karin es un espejo de muchas infancias heridas; Anzu, una presencia que acompaña sin saber muy bien cómo hacerlo. Juntos, protagonizan una historia que, aunque no conmueve hasta las entrañas, sí acaricia el ánimo. Hay escenas pequeñas que destacan: un desayuno en silencio, una caminata entre árboles, una mirada de complicidad inesperada. En esos momentos, la película encuentra su mejor forma. No necesita grandes giros ni lecciones trascendentales: le basta con mostrarse honesta. Eso es lo que le da valor.
En definitiva y resumiendo: ANZU, GATO FANTASMA es una película hermosa de ver y agradable de sentir, aunque menos contundente de lo que promete. Le falta profundidad emocional, pero compensa con atmósfera y ternura. Es una fábula discreta, con alma propia, que deja un eco suave en el espectador. No deslumbra, pero se gana su lugar con elegancia y sensibilidad.