La brutal campaña de venganza de Adam Clay adquiere tintes nacionales tras revelarse que es un antiguo agente de una poderosa organización clandestina conocida como 'Beekeeper'.
No hay duda de que Statham es pieza clave en este tablero, su presencia en pantalla imprime ese aire de heroísmo que rememora las estrellas de la época dorada de la acción ochentera. Su Adam Clay no conoce de medias tintas: es el hombre fuerte y silencioso, cuyo don para el castigo corporal y su inquebrantable sentido de la moralidad desafía incluso las expectativas más inamovibles del género. Un personaje desenfado que desmiente lo ordinario que el guión intenta retratar, el Adam Clay de Statham convence incluso cuando se le ve charlando sobre enjambres con una gorra de béisbol y una camisa de franela. Es esta combinación de rudeza y absurdidad, marca de Ayer, la que propulsa el film a un estado de goce en su audiencia, opacando otras producciones similares de sus contemporáneos.
El humor involuntario nace de la incredulidad del elenco de personajes secundarios frente al protagonista, desde estafadores telefónicos hasta agentes federales, todos desafiando a un hombre cuya legitimidad reside en su moral y dureza. La película despliega una coreografía de consecuencias para quienes osen infringir su código. Así, la risa brota tanto de la subestimación como de la violencia desproporcionada que Adam ejerce sin compasión. El elenco secundario complementa la trama con interpretaciones que refuerzan los diversos arquetipos propuestos por Wimmer. Actores como Josh Hutcherson, Jeremy Irons, Emmy Raver-Lampman y Jemma Redgrave cumplen su función técnica, aunque a veces sórdida (sobre todo en el personaje de Hutcherson) mientras se tejen dentro del panorama que oscila entre la venganza y la justicia.
Sin embargo, "BEEKEEPER" no logra sustraerse del riesgo del género: la repetición. Mientras, Adam intensifica su asalto contra las fuerzas de oposición, la película amenaza con caer en un ciclo de reiteraciones. Afortunadamente, Ayer mantiene vivo el interés al escalar las situaciones hacia niveles más exuberantes y ensambla esta retahíla de confrontaciones con una precisión que ennoblece el conjunto. Aunque la película cumple su cometido, demostrando que no precisa de adornos narrativos para funcionar, sus credenciales podrían verse objetadas por su fórmula genérica y predicciones obvias en el guion. No obstante, es en este mismo minimalismo donde encuentra su fuerza —en hacer justo lo necesario, sin excusas— lo que le permite mantenerse como una digna sucesora de un legado fílmico contundente.
En definitiva y resumiendo: "THE BEEKEEPER: EL PROTECTOR" merece una buena visita a la sala de cine, al adherirse a lo que promete: entretenimiento puro, humor involuntario (o no) y un tributo al cine de acción de una era pasada. Es un recordatorio de la importancia de la audacia y la simplicidad en la industria cinematográfica – y en ese sentido, Jason Statham y compañía cumplen su misión con un sentido de autenticidad e irreverencia que no podría ser más adecuado para la obra que pretenden celebrar.