Misterioso asesinato en la montaña (2024)

 

A veces el cine tiene un don para los inicios: una premisa seductora, un entorno con carácter, un reparto con brillo. Y sin embargo, algo —un pequeño desequilibrio, una decisión mal calculada, un tono mal afinado— impide que todo eso cuaje. MISTERIOSO ASESINATO EN LA MONTAÑA es uno de esos casos: una película que promete más de lo que entrega, y que termina siendo una anécdota simpática atrapada en un cuerpo de thriller al que le falta filo.

Michel y Cathy, vendedores de árboles de Navidad, viven en un pequeño pueblo del Jura con su hijo de 12 años, Doudou, un niño con un comportamiento difícil. Ahogados por las deudas y otros problemas económicos, la pareja se deteriora poco a poco. Hasta que un día, al volver a casa, Michel evita por poco atropellar a un oso en la carretera; su coche termina chocando con otro, matando en el acto a sus dos ocupantes. Tras informar a Cathy, ambos deciden deshacerse de los cuerpos. Pero al hacerlo, descubren en el maletero un bolso lleno de dinero, que calculan en más de dos millones de euros.


Dirigida, escrita y protagonizada por Franck Dubosc, ese eterno cómico francés que aquí decide lanzarse al abismo de la comedia negra con ambiciones de los hermanos Coen. Lo acompaña un elenco con nombres potentes: Laure Calamy, la actriz que podría darle gravedad emocional a un tutorial de cocina, y Benoît Poelvoorde, siempre magnético, siempre al borde de la sobreactuación. El escenario es ideal: el Jura francés, con su paisaje alpino que parece pedir a gritos un cadáver y un secreto. Y sí, los hay. Pero no bastan. El inicio es prometedor. Una mezcla de FARGO, UN PLAN SENCILLO y ese humor europeo que se atreve a reírse de la desesperación. Pero lo que debería ser una escalada de tensión moral, se convierte en una serie de episodios sueltos que no terminan de ensamblarse. La trama avanza como si dudara en cada curva: a veces parece querer ser un thriller, a veces una farsa, a veces un drama doméstico. Y esa indecisión se nota.


Dubosc interpreta a Michel con ese aire de hombre derrotado pero aún querible, un tipo que huele a fracaso y a pan recién hecho. No es un actor de matices, pero tiene carisma y eso alcanza para sostener buena parte del relato. A su lado, Laure Calamy vuelve a demostrar que es una de las mejores actrices de su generación: incluso con un guion que la limita, logra dotar a Cathy de una mezcla de ternura, hartazgo y resolución que sostiene lo poco emocional que tiene la historia. Benoît Poelvoorde, en el papel del jefe de policía del lugar, se divierte más de lo que debería. A veces funciona como alivio cómico, otras veces parece estar en una película paralela. Su histrionismo, aunque simpático, desbalancea escenas que pedían más contención que espectáculo. Y luego están los personajes secundarios. Que aparecen. Y ya. Ni una línea que deje huella, ni una motivación que valga la pena. El hijo adolescente, por ejemplo, podría haber sido un personaje mas aprovechado, como el sicario que aparece a partir del segundo acto. Pero se quedan en ruido de fondo y en elementos que solo funcionan en escenas clave.


Visualmente, no hay queja. El paisaje montañoso de El Jura está filmado con cariño, con esos planos abiertos que contrastan la belleza del paisaje con la mezquindad humana. La fotografía de Dominique Fausset encuentra pequeños momentos de poesía, incluso cuando la historia se le escapa de las manos. Es una pena que la dirección no sepa aprovecharlo. Dubosc dirige como quien quiere ser prudente: sin arriesgar, sin estorbar, sin molestar. Pero en una comedia negra eso es un problema. Aquí hacen falta decisiones, tensión, vértigo. El suspense apenas aparece, y cuando lo hace, llega tarde. Los momentos de comedia funcionan a ratos, pero muchas veces se apoyan en lo absurdo más que en lo ingenioso. Hay gags que parecen pensados para una serie, no para una película que aspira a ser más oscura que graciosa. El gran fallo, en el fondo, es el guion. La historia tenía todo para explorar el lado más humano —y miserable— de sus protagonistas. Pero se queda en la superficie. El dilema ético que plantea se menciona, pero nunca se siente. Las consecuencias de sus actos se resuelven con ligereza. Y el tercer acto, ese que debía ser una explosión, se desinfla como globo mal atado.


En definitiva y resumiendo: MISTERIOSO ASESINATO EN LA MONTAÑA  no es un desastre, pero tampoco es una buena película. Es una de esas historias que se dejan ver con agrado, que tienen algunos momentos divertidos, otros entrañables, pero que al terminar uno ya está pensando en otra cosa.¿Recomendarla? A quien busque algo ligero, con buenas actuaciones y un poco de humor negro, puede funcionar. Pero para quienes esperan una película con verdadero peso, tensión o impacto emocional... mejor mirar hacia el norte, donde los Coen siguen marcando el paso.