EL TRUENO AZUL (1983), dirigida por John Badham, despega como un ambicioso thriller de acción que busca fusionar la adrenalina del cine policiaco con la fascinación tecnológica de los 80, centrada en un helicóptero militar de última generación. Un espectáculo entretenido que seduce con su premisa y estilo visual, pero se estrella parcialmente debido a una narrativa deshilvanada y personajes que no logran elevarse por encima de los clichés. Para los amantes del cine de acción ochentero, es un viaje nostálgico que cumple sin deslumbrar.
Frank Murphy es elegido para probar el Trueno Azul, un modernísimo helicóptero de asalto. Queda impresionado por su rapidez y su alta tecnología: permite ver a través de las paredes, grabar sonidos inaudibles e incluso estabilizar un edificio. Desconfiando de la finalidad militar del artefacto, Murphy y su compañero acaban descubriendo que ha sido concebido para el control y la vigilancia de masas.
Técnicamente, EL TRUENO AZUL es un producto de su tiempo que destila encanto. La dirección de Badham, conocido por JUEGOS DE GUERRA (1983), captura la emoción de las persecuciones aéreas con un dinamismo que sigue siendo impresionante. Las secuencias en el helicóptero, filmadas con cámaras montadas en aeronaves reales, ofrecen un realismo visceral, especialmente en un clímax urbano que enfrenta a Trueno Azul contra edificios de Los Ángeles. La cinematografía de John A. Alonzo aprovecha los cielos crepusculares y los cañones urbanos para crear una atmósfera de tensión, aunque la iluminación nocturna a veces enturbia la acción. La banda sonora de Arthur B. Rubinstein, con sintetizadores y percusión militar, refuerza el pulso de la película, aunque no alcanza la iconicidad de otras partituras de la década.
Roy Scheider, como Murphy, es el pilar de la cinta, aportando una mezcla de estoicismo y vulnerabilidad que recuerda a su trabajo en TIBURON (1975). Su interpretación dota al personaje de una credibilidad que el guion no siempre merece, aunque su trasfondo traumático de Vietnam se explora de manera superficial. Malcolm McDowell, como el villano Cochrane, ofrece un antagonista carismático pero unidimensional, cuya motivación se reduce a un cliché de militar corrupto. Daniel Stern, como Lymangood, inyecta humor y calidez, pero su personaje es víctima de un arco predecible. Candy Clark, como Kate, queda relegada a un rol secundario que apenas contribuye a la trama, un desperdicio en una película que necesitaba más profundidad emocional.
La fortaleza de EL TRUENO AZUL radica en su premisa tecnológica y sus secuencias aéreas, que capturan la fascinación de los 80 por la maquinaria militar y la vigilancia. Momentos como el vuelo de prueba del helicóptero o una persecución entre rascacielos son puro entretenimiento, ideales para los fans de la acción directa. Sin embargo, la película tropieza con un guion que no sabe equilibrar sus ambiciones: la conspiración se siente desdibujada, los diálogos carecen de chispa, y el clímax, aunque visualmente impactante, resuelve los conflictos con una simplicidad decepcionante. La crítica a la vigilancia estatal, aunque relevante, se diluye en un enfoque más interesado en explosiones que en reflexión.
En definitiva y resumiendo: Para los amantes del cine de acción ochentero, EL TRUENO AZUL es un placer culpable, una cápsula del tiempo que combina tecnología, paranoia y adrenalina. No alcanza la precisión narrativa de TOP GUN (1986) ni la intensidad emocional de otros clásicos de la época, pero su energía y el carisma de Scheider la hacen digna de un visionado nostálgico. Es un vuelo entretenido que no llega a las alturas prometidas, pero que ofrece suficiente combustible para satisfacer a quienes buscan acción sin complicaciones.