El cine de artes marciales siempre ha sido una forma de poesía visual, y ERASE UNA VEZ EN CHINA (1991) dirigida por Tsui Hark y protagonizada por Jet Li, se alza como una de sus expresiones más refinadas. Con una mezcla de virtuosismo técnico, comentario histórico y espectáculo visual, esta cinta inauguró una saga mítica y consolidó el estatus de Jet Li como icono del cine asiático. A más de treinta años de su estreno, sigue siendo una referencia ineludible del género, aunque no está exenta de algunos tropiezos narrativos que le impiden alcanzar la perfección absoluta.
La acción se desarrolla a finales del siglo XIX, cuando China comenzaba a recibir la influencia del mundo occidental. El orden tradicional, su cultura, religión e incluso moda, se veían amenazados y las armas de fuego cuestionaban la omnipotencia de las artes marciales. Los abusos del nuevo comandante de la región que, cegado por el poder y su lucrativa relación con los comerciantes extranjeros, permite que sus súbditos paguen precios exagerados con la falsa promesa de embarcar hacia los ricos campos de oro de América, obligan a Wong Fei Hung y a su pequeño grupo de seguidores a intervenir en defensa de su pueblo y, especialmente de la mujer de sus sueños, que ha sido capturada y embarcada a la fuerza en un barco para ser vendida como prostituta.
Jet Li interpreta al legendario Wong Fei-hung, un maestro de kung-fu y médico que se ve envuelto en la defensa de su comunidad durante la convulsa apertura de China al colonialismo occidental en el siglo XIX. Lejos de ser solo un guerrero, este Wong Fei-hung es un símbolo de integridad, sabiduría y tradición. Li ofrece una actuación contenida pero poderosa, cargada de nobleza, carisma físico y precisión gestual. Su presencia calma impone respeto sin estridencias, y eso le da al personaje una dimensión casi mítica. La figura de Fei-hung es también vehículo para una reflexión sobre el conflicto cultural: la modernización forzada, la identidad en crisis y el rol de la tradición frente al avance de lo extranjero. Aunque estos temas no siempre se desarrollan con la profundidad que merecen, el guion los mantiene presentes como marco ideológico del relato.
Donde la película brilla con mayor fuerza es en su despliegue visual. Tsui Hark ofrece una puesta en escena sofisticada, cuidando cada encuadre y movimiento de cámara como si fueran coreografías en sí mismas. La dirección de arte recrea con lujo de detalles un universo vibrante: mercados caóticos, salas de ópera, calles empedradas y astilleros plagados de tensión. Todo respira autenticidad y belleza, sin caer nunca en el exotismo turístico. Las escenas de acción, coreografiadas con precisión milimétrica, son una celebración del cuerpo en movimiento. En lugar de trucos digitales o cortes vertiginosos, aquí se apuesta por planos amplios, ritmo natural y una coreografía que cuenta historias. La secuencia final, en una torre de bambú tambaleante con unas escaleras, es un prodigio de tensión y creatividad visual. Cada combate tiene un sentido narrativo, no es solo exhibición física sino también emocional e ideológica.
A pesar de sus muchas virtudes, la película no está exenta de desequilibrios. El ritmo en el segundo acto se resiente por la acumulación de sub-tramas que no terminan de desarrollarse —especialmente la relación romántica con la “prima 13” interpretada por Rosamund Kwan, que aporta ternura, pero queda algo difusa en medio del conflicto principal. El guion, firmado también por Tsui Hark, intenta abarcar mucho: crítica colonial, comedia tonta, drama histórico y cine de acción. Aunque en general logra mantener el equilibrio, hay momentos en los que la carga temática amenaza con saturar la narración, y algunas resoluciones se sienten demasiado esquemáticas o moralistas.
La música cumple un rol crucial, acompañando con solemnidad y emoción el viaje del protagonista. El uso del tema patriótico “Under the General’s Orders” es especialmente efectivo, conectando con el sentimiento nacionalista del público local y reforzando el aura heroica de Wong Fei-hung. El film está repleto de símbolos: los leones danzantes, las armas modernas frente al kung-fu tradicional, las banderas extranjeras flameando en el puerto. Nada es casual. Tsui Hark construye un universo donde cada gesto y cada objeto dialogan con el fondo político de la historia.
En definitiva y resumiendo: ERASE UNA VEZ EN CHINA es una película majestuosa, que eleva el cine de artes marciales a niveles de arte narrativo y visual pocas veces alcanzados. Su mezcla de tradición, acción y crítica histórica la convierten en una obra compleja y emocionante. Si bien no alcanza la perfección debido a ciertos desequilibrios en el desarrollo de personajes secundarios y una sobrecarga de temas, sigue siendo una joya del cine asiático que ha resistido con dignidad el paso del tiempo. Jet Li brilla como un héroe silencioso pero imponente, y Tsui Hark orquesta con pulso firme una fábula épica sobre identidad y resistencia. No es solo una película de peleas: es una carta de amor a una cultura en transformación.