Shiver Me Timbers (2025)

 

En el paisaje contemporáneo del cine de género, donde los íconos de dominio público se transforman en criaturas de horror (véase WINNIE THE POOH o PETER PAN), SHIVER ME TIMBERS parece querer jugar en la misma cancha: una comedia de terror autoconsciente que imagina a Popeye como un asesino sobrenatural. Sin embargo, lo que podría haber sido una pieza brillante de sátira gore se queda en un pastiche superficial, mal equilibrado y narrativamente torpe. La película naufraga entre sus buenas intenciones y su ejecución deficiente.

En 1986, en el norte de California, Olive Oyl, su hermano Castor y sus amigos, se van de acampada para ver la lluvia de meteoritos con el cometa Halley. Pero la noche se convierte en horror cuando un meteorito transforma a Popeye, en una imparable máquina de matar.

Dirigida por Paul Stephen Mann en su debut tras la cámara, este slasher británico de 74 minutos parece concebido más como una ocurrencia viral que como una película completa. Su punto de partida no carece de atractivo, pero el problema principal no es la premisa absurda —de hecho, muchos grandes slashers han nacido de ideas más ridículas— sino la falta de convicción con la que esta es llevada a cabo. El guion, escrito también por Mann, no logra nunca decidirse entre el homenaje nostálgico y la parodia autoconsciente. Los personajes están dibujados con trazo grueso, las motivaciones son prácticamente inexistentes, y el humor, supuestamente ácido, se torna repetitivo y predecible tras los primeros veinte minutos.


Amy Mackie, en el papel de Olive Oyl, ofrece una actuación más esforzada de lo que el material merece. Su versión gótica y retraída del personaje tiene potencial, pero la narrativa nunca se preocupa por explorar su psicología más allá de las típicas fórmulas del “final girl”. Brendan Nelson, como Castor Oyl, aporta algo de ligereza, aunque su papel es tan funcional como olvidable. Lo mismo puede decirse del resto del elenco: carne de cañón para el inminente desmembramiento, sin identidad ni propósito más allá del recuento de cadáveres por parte de Popeye. Donde la película realmente podría haber brillado es en el apartado visual y formal. Se nota la intención de replicar la estética del slasher ochentero: encuadres estáticos, colores saturados, música sintetizada. Pero el homenaje se queda en la superficie. La fotografía es plana, la dirección carece de ritmo y la edición, especialmente en las escenas de acción, resulta tosca. El Popeye asesino, encarnado físicamente por Tony Greer y David Hallows, tiene una presencia perturbadora, pero su diseño de producción parece salido de una convención de cosplay low cost. 

Uno de los principales atractivos de SHIVER ME TIMBERS, al menos para los amantes del gore, es su explícita representación de la violencia. Y en efecto, la película no escatima en sangre ni en desmembramientos. Desde intestinos voladores hasta cráneos aplastados, el film abraza el exceso sin vergüenza. Pero este desparrame hemoglobínico rara vez se justifica dentro de una estructura narrativa coherente. La violencia, en lugar de potenciar el terror o el humor negro, se convierte en una rutina sin impacto. Una de las secuencias más notables —y también más gratuitas— es el asesinato de un personaje dentro de un baño portátil, donde Popeye, convertido en un gigante enloquecido, aplasta la cabeza de la victima para después arrancarla y lanzarla a metros de distancia. El momento busca emular el grotesco esplendor de EL VENGADOR TOXICO (1984), pero carece del timing cómico y la coreografía delirante que hicieron célebres a esa película. Aquí, la violencia gráfica parece más un recurso de distracción que un elemento expresivo.


Para colmo, el tercer acto naufraga estrepitosamente. El clímax, que debería ofrecer una resolución o al menos una ironía a la altura de su locura inicial, se convierte en una serie de escenas mal montadas, con un Popeye desatado en modo berserker y una protagonista que se enfrenta a el en un claro homenaje a la saga donde se utiliza la plabra: Groovy. El cierre, una especie de guiño a los epílogos ambiguos del cine de culto, no es más que una excusa para dejar la puerta abierta a una posible secuela. Y francamente, no hay urgencia para ello.


En definitiva y resumiendo: SHIVE ME TIMBERS fracasa por falta de ambición narrativa y por un guion que nunca decide si quiere ser EVIL DEAD, SCREAM o una mera curiosidad para el algoritmo del streaming de turno. Es un producto que vive de su premisa, pero que nunca la explora con verdadera imaginación ni sentido del cine. Su violencia explícita no compensa la falta de tensión ni la vacuidad de sus personajes. A ratos divertida, a ratos frustrante, esta película es el ejemplo perfecto de cómo una buena idea mal cocinada puede terminar como un barco a la deriva.