Cuando MIÉRCOLES irrumpió en 2022, lo hizo con un golpe de aire fresco: un personaje icónico reinventado, una atmósfera gótica pero pop, y un equilibrio perfecto entre lo macabro, el misterio juvenil y la ironía. La primera temporada convirtió a la serie en un fenómeno cultural, viralizó escenas, multiplicó fanarts y consolidó a Jenna Ortega como la intérprete ideal de una generación que pide a gritos personajes femeninos distintos. Sin embargo, la llegada de la segunda temporada, especialmente en su segunda parte, deja un sabor amargo: lo que fue un hallazgo se convierte ahora en un exceso, y lo que era singular empieza a sonar a repetición.
La crítica principal que se le puede hacer a esta nueva tanda de episodios es la tendencia a inflarlo todo. El éxito inicial ha empujado a la serie a un terreno de mayor presupuesto, más personajes, más sub-tramas y más consciencia de sí misma. El resultado es una especie de “árbol de Navidad” narrativo: cargado de adornos, pero tan recargado que pierde el encanto de lo simple. En la primera temporada, cada detalle sumaba; en esta segunda, muchos elementos parecen puestos por obligación, como si hubiera que llenar de capas el guion para justificar su importancia.
El misterio central, uno de los motores de la primera entrega, se desdibuja entre giros excesivos y personajes secundarios que poco o nada aportan. En lugar de la intriga tensa y bien dosificada que atrapaba al espectador, nos encontramos con un relato embotado que pide paciencia y tolerancia. En ese sentido, la serie parece haber caído en la trampa clásica de los éxitos de streaming: creer que más siempre es mejor. Otro punto conflictivo está en el tono. MIÉRCOLES solía tener una identidad clara: un humor negro que convivía con lo excéntrico y lo oscuro, pero sin perder una cierta delicadeza. Ahora, la balanza se inclina demasiado hacia el melodrama de telenovela. Esto no es necesariamente malo —hay audiencia para ello—, pero rompe parte de la coherencia inicial. Las escenas que antes transmitían ironía y frescura ahora se sienten más cercanas a un drama adolescente convencional con clichés que contradicen el espíritu iconoclasta del personaje principal.
Y hablando de Miércoles: quizá lo más preocupante de esta segunda parte es que el personaje pierde parte de su chispa. Ortega sigue siendo magnética en pantalla, eso es indiscutible, pero el guion insiste demasiado en subrayar lo rara, lo distinta y lo excéntrica que es. Esa “rareza” funcionaba mejor cuando era un rasgo natural, espontáneo, no cuando se convierte en un atributo explotado a la fuerza. Al volverse consciente de su propia imagen, la serie le resta frescura a su protagonista, y lo que antes parecía un hallazgo genuino ahora se siente calculado.
No todo es negativo, por supuesto. Visualmente, la serie sigue siendo impecable: la ambientación gótica, la dirección artística y el diseño de vestuario mantienen el nivel de espectacularidad que conquistó en la primera temporada. Hay también algunas ideas que destacan, como el intercambio de personalidad entre Miércoles y Enid en el sexto capitulo (el mejor de la temporada) que da lugar a momentos ingeniosos y demuestra que todavía queda espacio para la creatividad. Además, como espectáculo global, MIÉRCOLES cumple: genera conversación, alimenta el merchandising y conserva un aura de gran producción que, al menos en lo superficial, sigue siendo atractiva. Pero la pregunta que queda flotando es si eso basta. ¿Puede una serie sostenerse solo por su factura técnica y su impacto mediático, cuando el corazón narrativo late cada vez con menos fuerza? Quizá algunos espectadores lo celebren: quienes busquen puro entretenimiento, giros continuos y un festín visual tendrán material de sobra. Sin embargo, para quienes se engancharon con el espíritu irreverente y la singularidad de la primera temporada, esta segunda parte puede sentirse como una traición a lo que hizo grande a la serie.
En definitiva y resumiendo: la segunda parte de la temporada 2 de MIÉRCOLES ofrece luces y sombras. Es un espectáculo vistoso y eficaz en lo técnico, con destellos creativos que recuerdan por qué la serie se convirtió en un fenómeno. Pero también es una entrega sobrecargada, menos coherente y, sobre todo, menos auténtica. Lo que antes era un hallazgo ahora parece un recurso explotado, y lo que era singular empieza a parecer genérico. Una serie que nació como icono corre el riesgo de diluirse en su propia sombra.