Away (2019)

 

Hay películas que llaman la atención no por su despliegue técnico o su gran presupuesto, sino por la pasión con la que están hechas. AWAY (2019), dirigida por el letón Gints Zilbalodis, es una de ellas. Con apenas 10.000 dólares y el mérito de haber sido escrita, animada, editada y musicalizada por una sola persona, la cinta propone una aventura minimalista en 3D, sin diálogos, que se mueve entre lo contemplativo y lo simbólico.

Un chico y un pequeño pájaro viajan juntos en una motocicleta mientras tratan de escapar de un espíritu oscuro.

La propuesta tiene algo hipnótico: un chico sin nombre, una isla enigmática, un monstruo que lo acecha. Zilbalodis apuesta por un relato sin palabras, como haría en su siguiente y famoso largometraje de animación FLOW (2024) donde la música y el ambiente narran lo que los personajes no dicen. Algunas imágenes son de gran fuerza poética: el protagonista cruzando un lago cristalino bajo el vuelo de las aves, por ejemplo, evoca la serenidad de videojuegos como "Journey" o "Gris", donde el entorno habla más que los protagonistas. La relación entre el muchacho y el pájaro aporta ternura en medio de la amenaza constante, recordando lo valioso que puede ser un compañero en medio de la soledad. La banda sonora, también compuesta por el director, suma atmósfera con sus sintetizadores etéreos.


Sin embargo, la película tropieza en lo emocional. El protagonista, sin diálogos ni expresividad clara, termina siendo una figura difícil de conocer o de querer. El guion, estructurado en capítulos con títulos como “Forbidden Oasis” o “Cloud Harbour”, se siente más cercano a los capítulos de videojuego indie que a un relato con un arco narrativo definido: superar obstáculos, encontrar objetos, avanzar. Pero nunca responde a preguntas esenciales: ¿quién es este chico?, ¿por qué está allí?, ¿qué significa su viaje? Esa falta de contexto y la repetición de situaciones hacen que, pese a su corta duración (75 minutos), la experiencia se perciba irregular y a veces monótona. Comparada con LA TORTUGA ROJA (2016), otra película de animación sin diálogos que logra conmover, AWAY se queda en la superficie: es bella, sí, pero no logra tocar los sentimientos del espectador.

En lo técnico, el logro es innegable. Que una sola persona haya levantado un largometraje de esta magnitud es admirable. Hay planos, como el del “Mirror Lake”, que deslumbran por su composición y el movimiento fluido de la cámara. Sin embargo, las limitaciones se notan: texturas planas, personajes de movimientos rígidos y transiciones que dan sensación de viñetas inconexas. En ocasiones, parece más una primera versión de una película de animación de los 2000 que una obra terminada.


En definitiva y resumiendo: AWAY se distingue por su originalidad y por representar el espíritu de la animación independiente: hacer mucho con muy poco. Aparte que deja claro que Zilbalodis es un creador con voz propia. AWAY es un ejercicio de estilo fascinante, una muestra de hasta dónde puede llegar la creatividad individual. Su atmósfera cautiva, pero su narrativa se queda corta. Una obra recomendable para quienes disfrutan lo experimental y lo contemplativo, aunque no para quienes busquen una historia con corazón.