En un panorama saturado de adaptaciones manga que buscan perpetuar el éxito más que reinventarlo, CHAINSAW MAN - LA PELÍCULA: EL ARCO DE REZE (2025) irrumpe como un estallido emocional cuidadosamente calculado. Dirigida por Tatsuya Yoshihara —quien asume el timón tras la salida de Ryu Nakayama de la serie original—, esta producción de MAPPA condensa los volúmenes cinco y seis del manga de Tatsuki Fujimoto en 100 minutos de energía desbordada: una sinfonía de sangre, deseo y pérdida. El largometraje no solo reafirma el culto en torno a Denji, el chico que cambió su corazón por un demonio motosierra (nuestro querido Pochita) sino que convierte el arco de Reze en una elegía sobre la imposibilidad del amor en un mundo corroído por la violencia.
Denji trabajaba como cazador de demonios para la yakuza, tratando de saldar la deuda que había heredado de sus padres, pero la yakuza lo traicionó y lo mató. Antes de perder el conocimiento, Pochita, el perro-demonio motosierra de Denji, hizo un trato con él y le salvó la vida. Así se fusionaron, creando al imparable Chainsaw Man. Ahora, en medio de una brutal guerra entre demonios, cazadores y enemigos secretos, una misteriosa chica llamada Reze irrumpe en su mundo y Denji se enfrenta a su batalla más mortífera, impulsado por el amor, en un mundo donde la supervivencia no conoce reglas.
Yoshihara mantiene la brutalidad y el tono nihilista del manga, pero imprime un pulso cinematográfico distinto. Donde la serie optaba por la sordidez gris del mundo urbano, la película despliega una estética de contrastes: la calidez del romance bañada por la frialdad del acero y el fuego. La animación es el gran motor expresivo. Las escenas íntimas apuestan por un 2D de trazos delicados, casi táctiles, que capturan el nerviosismo del primer deseo; mientras que las secuencias de acción liberan una coreografía vertiginosa que combina animación tradicional y efectos 3D. MAPPA apuesta por el exceso, por la hipérbole visual como espejo del caos emocional. La violencia se vuelve estética, pero no gratuita: cada estallido lleva una pulsación interna, una emoción que arde antes de detonar.
En su aspecto técnico, el filme alterna brillantez y tropiezo. La fotografía convierte la ciudad diurna y nocturna en escenarios de dualidad constante: espacios donde lo humano y lo demoníaco coexisten en frágil equilibrio. La banda sonora de Kensuke Ushio, más atmosférica que melódica, construye tensión a base de respiraciones, estática y repeticiones que se sienten casi orgánicas. Sin embargo, la integración del 3D en algunos planos colectivos y de vehículos evidencia cierta rigidez: momentos donde la animación pierde su fluidez emocional y se refugia en el artificio técnico.
A nivel narrativo, EL ARCO DE REZE combina el frenesí del shōnen con la melancolía del cine romántico trágico. Denji encarna el absurdo de un héroe que solo quiere sentir con una humanidad desarmante: sus gestos son torpes, su deseo infantil, pero su dolor auténtico. Reze, es la antítesis perfecta. Su romance imposible recuerda a las tragedias clásicas —una Romeo y Julieta mecánica, donde la pólvora sustituye al veneno—, y en su clímax, Yoshihara entrega una orgia tan loca, a nivel de animación, música (con heavy metal) y violencia, donde las cadenas, la sangre y el agua se confunden hasta borrar las fronteras entre amor y muerte.
El filme brilla cuando se atreve a ser humano. En su núcleo, no es una historia de demonios, sino de soledad: de jóvenes que no saben cómo amar sin destruirse. Pero sus ambiciones narrativas también lo traicionan. Con apenas 100 minutos, la estructura se siente comprimida: el desarrollo emocional se precipita, el romance apenas florece antes de estallar, y la ausencia de personaje como Makima o Power dejan un vacío que la cinta asume que el espectador llenará. Los no iniciados en el manga encontrarán pasajes confusos; los fanáticos, por su parte, reconocerán un sacrificio inevitable entre fidelidad y autonomía cinematográfica.
En definitiva y resumiendo: CHAINSAW MAN - LA PELÍCULA: EL ARCO DE REZE es simultáneamente un espectáculo hiperviolento y un lamento romántico, una película que late entre la brutalidad y la ternura, entre la devastación y el deseo. Yoshihara y MAPPA logran capturar el espíritu de Fujimoto —esa mezcla de horror existencial, comedia negra y emoción genuina—, aunque sin alcanzar la coherencia de una obra maestra. Lo que queda, sin embargo, es memorable: una película que se siente viva, imperfecta, herida. En última instancia, este arco narrativo no pretende cerrar nada, sino recordarnos que en el universo de Chainsaw Man el amor no redime: detona. Y cuando la explosión se apaga, lo único que permanece es el eco de un corazón que aún late, aunque sea entre los escombros.




