Hay películas que llegan como una suave brisa y otras que irrumpen como un monzón impaciente. DHURANDHAR pertenece, sin duda, a la segunda categoría. En una India donde los remakes se multiplican como amebas entusiastas, la nueva obra de Aditya Dhar aparece con la intensidad de un relámpago que decide partir el cielo solo para recordar quién manda. Dhar, que ya había demostrado puntería en URI: THE SURGICAL STRIKE (2019), regresa con una mezcla explosiva: venganza, espionaje y ese patriotismo encendido que en años de tensión indo-pakistaní funciona casi como combustible fósil. La película presume elenco como quien presume armadura: Ranveer Singh al frente, seguido de veteranos que entran en escena con la gravedad de generales curtidos—Akshaye Khanna, Sanjay Dutt, R. Madhavan, Arjun Rampal. El resultado: un espectáculo que no solo entretiene, sino que te obliga a hacerte preguntas incómodas entre explosión y explosión. El tipo de cine que dispara balas, pero también dudas.
En la India, el inframundo criminal se despliega con toda su crudeza. Entre traiciones al estilo shakesperiano y complejas operaciones de espionaje, el patriotismo se pone a prueba hasta el límite.
El ritmo comienza contenido, casi meditativo, para luego estallar como una bomba. Y aunque sus 212 minutos podrían intimidar a cualquiera que tenga cosas que hacer antes de morir, lo cierto es que gran parte del metraje se siente justificada, con la excepción de ese tramo final en el que la película parece perder un poco el aliento, sabe justo donde acabar, para después de los primeros créditos finales, lanzar un avance de lo que será la segunda parte de la historia, y de la cual no habrá que esperar mucho, ya que se estrenara a mediados de marzo del 2026 (ya que se DHURANDHAR al principio se pensó como una sola película de un metraje de cinco horas).Lo verdaderamente admirable es la artesanía detrás del caos. La cinematografía que convierte cada paisaje en un susurro oscuro: Pakistan se despliega como un campo herido y Lahore aparece envuelto en sombras que parecen tragarse a los personajes. La cámara respira con un dramatismo casi operático. La música de Vishal-Shekhar, mezcla de electrónica y tradición india, funciona como un segundo antagonista—o aliado, según la escena—y en ciertos momentos impulsa la acción con la fuerza de un tambor que marca el destino. No obstante, hay diálogos que caen en el inevitable cliché patriótico, esos que suenan como si hubieran sido redactados por un comité demasiado entusiasta. Nada grave, pero sí lo suficiente para que algún espectador escéptico levante la ceja con la misma velocidad que un oficial levantando un expediente clasificado.
El reparto es, quizá, el mayor tesoro de DHURANDHAR. Ranveer Singh entrega uno de sus mejores papeles en su filmografía, una transformación física y emocional que serpentea desde la ingenuidad hasta la ferocidad, como un río tranquilo que de pronto descubre que puede ser torrente. Akshaye Khanna, con esa mirada que parece conocer secretos que no queremos oír, brilla en un rol que combina mentor y manipulador con inquietante naturalidad. Dutt, Rampal, Madhavan… todos aportan peso, textura y esa clase de presencia que no se puede fingir. Incluso Sara Arjun, con su papel de chica que acaba enamorada del personaje de Ranveer, se convierte en el punto vulnerable que recuerda que detrás de cada conflicto hay vidas demasiado frágiles para tanta pólvora.
Uno de los elementos más llamativos y probablemente más divisivos es el tratamiento de la violencia. DHURANDHAR no se limita a sugerirla; la exhibe con la franqueza de un testigo que ya no tiene energía para dulcificar nada. Hay secuencias que recuerdan a los momentos más crudos de GANGS OF WAYSSEPUR (2012) : machetes, disparos a sangre fría, dedos cercenados por un cenicero, callejones donde la vida vale menos que un cigarrillo a medias. La cámara no se aparta en ningún momento, pero tampoco glorifica el espectáculo; más bien lo observa con una frialdad totalmente realista. En una época en la que la violencia suele maquillarse para consumo masivo, Dhar elige lo contrario: la muestra desnuda. Y lo hace para subrayar una paradoja profunda: se combate la brutalidad con más brutalidad, como si apagar un incendio con gasolina fuera una estrategia razonable. Ese contraste entre la épica patriótica y la crudeza del combate convierte la película en una reflexión incómoda sobre lo que significa “proteger la nación”. ¿Qué se salva cuando uno ya ha perdido la humanidad en el proceso? La película no responde. Solo observa… y deja que arda.
En definitiva y resumiendo: DHURANDHAR bajo mi punto de vista, es una de las mejores películas que nos ha ofrecido India en este año. Es una mezcla intensa de venganza personal y tensiones nacionales, sostenida por grandes actuaciones, una dirección técnica impecable y una representación de la violencia tan cruda que incomoda a propósito. Es un thriller político, un drama humano y un ejercicio visual ambicioso que, pese a algunos clichés patrióticos y una duración excesiva, logra dejar una impresión duradera. Es cine que entretiene, pero también provoca; cine que golpea, pero también invita a mirar de frente lo que solemos evitar. Una propuesta sólida, arriesgada y, sobre todo, memorable.


.jpg)
.jpg)
