El cine de acción de serie B siempre ha tenido un atractivo particular: el de esas películas que, aun con recursos limitados, logran entretener a base de un elenco carismático, secuencias explosivas y una historia que, aunque familiar, engancha lo suficiente para una noche de sofá. FRITOS A BALAZOS, dirigida por Edward Drake, quiere jugar en esa liga. Su propuesta es clara: recuperar la esencia del thriller urbano de presupuesto medio, con un héroe mas cercano al ser humano, un puñado de villanos de manual y una noche interminable de persecuciones, disparos y sangre. El resultado, sin embargo, es irregular: hay momentos de diversión honesta y hasta sorprendente, pero también un guion plano y un tono que nunca termina de decidir qué tipo de película quiere ser.
Un expolicía y padre de familia, que ha trabajado en secreto para la mafia, ve su vida y la de los suyos amenazada. Cuando un nuevo jefe en la banda se hace con el poder, tendrá una noche para sacarlos de la ciudad.
Drake, que ya había trabajado en varias producciones de acción y bajo presupuesto - como unos cuantos de los últimos títulos del actor Bruce Willis - imprime un ritmo inicial contundente. El arranque engancha, con una energía que recuerda sin duda a largometrajes como JOHN WICK (2014) o NADIE (2021) en lo visual y a SUPERPOLI DE CENTRO COMERCIAL (2009) en lo absurdo, especialmente por la inesperada presencia del actor y comediante Kevin James en un rol serio. Hay secuencias que funcionan muy bien: una persecución en un aparcamiento resuelta con ingenio, un tiroteo en un bar donde todo se convierte en un festival de caos y, hacia el final, un estallido de violencia donde Ricci sorprende con una ferocidad que nadie veía venir y que para mi es la mejor secuencia de toda la película. De hecho, es ella quien acaba robándose parte del protagonismo, pasando de esposa ingenua a figura clave en la resolución. Luis Guzmán, por su parte, aporta el toque de humor cínico como aliado ambiguo, y Timothy V. Murphy cumple con solvencia como villano de turno.
Pero cuando la película parece que puede ganar fuerza, tropieza con sus propias limitaciones. El guion de Drake no aporta absolutamente nada nuevo al género. Vuelve a los mismos cliches de siempre: el héroe que quiere redimirse, el villano despiadado que rompe las reglas, el dilema familiar que nunca llega a desarrollarse. Lo que podría haber sido una historia de redención y sacrificio queda reducido a una sucesión de balas, golpes y diálogos de relleno. La segunda mitad, en particular, se siente repetitiva. Las escenas de acción pierden frescura y el ritmo decae, como si la película se hubiera quedado sin ideas y estirara lo ya mostrado, hasta un final que ya todo el mundo espera.
El tono tampoco ayuda. FRITOS A BALAZOS oscila entre la acción seria y la comedia ligera sin encontrar un equilibrio real. En un momento, intenta ser un thriller crudo sobre un padre dispuesto a todo por su familia; al siguiente, se apoya en gags o torpezas de matones que rompen la tensión acumulada. Esa inconsistencia hace que la película nunca termine de definirse, y el espectador no sepa si tomársela en serio o verla como una parodia involuntaria.
Desde el punto de vista técnico, se notan los límites del presupuesto. La fotografía oscura y granulosa crea atmósfera, pero a menudo sacrifica la claridad de las peleas, haciendo difícil seguir quién golpea a quién. Los efectos prácticos de sangre y golpes cumplen, pero el CGI en explosiones resulta barato y rompe la inmersión. La edición es correcta en las secuencias de acción, pero el montaje general carece de fluidez: hay cortes abruptos y transiciones poco trabajadas que refuerzan esa sensación de irregularidad. La música, a base de riffs de guitarra y electrónica pulsante, acompaña bien pero no deja huella.
En definitiva y resumiendo: FRITOS A BALAZOS juega en la liga del cine modesto, de estreno limitado para en poco tiempo, estar en plataformas digitales. Al final, FRITOS A BALAZOS se queda en tierra de nadie. Ni es lo suficientemente seria para destacar como thriller, ni lo bastante disparatada para convertirse en un "placer culpable". Es una cinta funcional, con algunos destellos de energía y un reparto que logra levantarla - sobre todo Ricci - pero atrapada en un guion predecible y un tono desorientado. Para una sesión con palomitas puede servir; Un entretenimiento pasajero, con más garra que alma.




