Como tantos títulos de videoclub en los años 80 y principios de los 90, KARATE ROCK (1990), dirigida por el italiano Fabrizio De Angelis, buscaba aprovechar el éxito de KARATE KID (1984) o incluso KARATE KIMURA (1987) ya que nos intentaron vender KARATE ROCK como la tercera entrega de KIMURA, simplemente porque compartían director en ambas. Sin embargo, lo que debería ser una película de artes marciales termina siendo, en gran medida, un drama adolescente con pequeños tintes musicales y karatecas. El resultado es un pastiche irregular, más simpático por lo ingenuo que por sus méritos reales.
Kevin Foster, joven estudiante de Oregon, es hijo de un policia. Este se entera que su hijo está implicado en un acto ilegal y decide mandarle a vivir con Bend. Al poco tiempo de llegar, durante un baile, Kevin le roba la novia a Jeff Hunter, campeón de karate del colegio, quien reta a Kevin a una pelea, en la que Jeff será el vencedor ya que él no sabe luchar. Tras sucesivos problemas con Jeff, Kevin decide buscar la ayuda de Billy Evans, profesor de karate de la escuela de policía, y prepararse para el duro combate final...
La fórmula está clara: chico nuevo, mentor, romance, villano caricaturesco. Pero el guion de Dardano Sacchetti carece de fuerza dramática, con diálogos torpes y situaciones resueltas con prisas. Antonio Sabàto Jr., en su debut, aporta cierto carisma juvenil que evita que la película se derrumbe del todo. Sus escenas de baile son, paradójicamente, lo más memorable del metraje, y su química con Dorian D. Field funciona de forma aceptable. El resto del reparto se mueve en la caricatura: Robert Chan como mentor de bajo presupuesto, Andrew J. Parker como antagonista de manual y un puñado de secundarios intercambiables que apenas dejan huella.
En el apartado técnico, KARATE ROCK acusa con claridad sus limitaciones. La fotografía de Federico Del Zoppo consigue rescatar algún plano atractivo de los paisajes de Oregón, pero las secuencias de acción son pobres y mal ejecutadas. El combate final, que debería ser el clímax, resulta tan improvisado como insípido, una ironía dolorosa para un filme cuyo título gira en torno al karate. La banda sonora sintetizada de Donald Brent, muy en sintonía con la estética de los 80, es de lo poco que transmite verdadera energía, a pesar de ese aroma a Italo-Disco.
Si algo mantiene vivo el interés en KARATE ROCK es su valor como cápsula del tiempo. Los peinados imposibles, la moda de la época y las escenas de baile camp son guiños que despiertan cierta nostalgia. Sin embargo, vista con distancia, la película se revela como un producto de explotación sin rumbo: ni funciona como drama adolescente, ni cumple como cinta de artes marciales. Frente a clásicos como KARATE KID, carece del corazón y la disciplina que distinguieron a aquel fenómeno cultural.
En definitiva y resumiendo: KARATE ROCK es un ejemplo de la fiebre ochentera y comienzos de la noventera por las artes marciales mal entendida: una producción apresurada, simpática en lo superficial pero carente de sustancia. Un título menor que solo puede interesar a completistas del cine de explotación italiano, fanáticos de las artes marciales o nostálgicos de los videoclubs.