Mister Video: Krull (1983)

 

Muchos espectadores vieron KRULL en una cinta VHS a mediados de los ochenta y noventa, cuando las carátulas de videoclub eran una promesa más que una garantía. La portada, con un héroe empuñando una estrella arrojadiza frente a criaturas alienígenas, sugería un viaje épico entre espadas y rayos láser. Dirigida por Peter Yates, la película se atreve a cruzar dos mundos poco compatibles: la fantasía medieval y la ciencia ficción interestelar.

El planeta Krull es atacado por un monstruo y un ejército de alienígenas asesinos. Para hacerles frente, dos naciones enemigas deciden unir sus fuerzas por medio del matrimonio del príncipe Colwyn y la princesa Lyssa; pero el día de la boda, el palacio es asaltado, la princesa secuestrada y Colwyn herido. El príncipe deberá entonces encontrar una espada voladora para rescatar a la princesa y librar al planeta de tan terrible amenaza.Con un presupuesto de 27 millones de dólares, inusual para el género en aquella época, KRULL intentó aprovechar el impulso de STAR WARS y EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. No funcionó en taquilla, pero el tiempo le ha dado un pequeño rincón en el panteón del culto cinematográfico. Vista hoy, es una cápsula intacta de los 80: exceso ingenuo, efectos prácticos ambiciosos y una banda sonora que resuena más allá de sus imágenes.


Yates, habituado al realismo de los thrillers, aporta cierta sobriedad a un relato que, sobre el papel, es pura fantasía pulp. La estructura responde al esquema clásico de la búsqueda: el héroe necesita el Glaive —arma mítica con forma de estrella boomerang— para vencer a la Bestia, y en el camino atraviesa paisajes filmados con amplitud y detalle en localizaciones europeas y en los estudios Pinewood. Su universo es un choque de elementos: caballeros y profecías conviven con disparos láser, y la épica romántica se mezcla con criaturas alienígenas. Los efectos, obra de ILM y diseñadores como Nick Allder, incluyen la fortaleza que cambia de ubicación cada amanecer y la secuencia del pantano con la araña gigante, todavía capaz de tensar al espectador gracias a un stop-motion preciso. James Horner firma una partitura grandilocuente que anticipa su trabajo posterior en BRAVEHEART o TITANIC, elevando incluso las escenas más ingenuas.


En lo interpretativo, KRULL se sostiene más por su coralidad que por su protagonista. Ken Marshall cumple como príncipe valeroso, aunque sin desbordar carisma. Lysette Anthony, cuya voz fue redoblada por Lindsay Crouse en una decisión poco explicada, encarna a una princesa con matices de agencia, aunque su arco narrativo es limitado. El reparto secundario aporta verdadera vida: Freddie Jones como el enigmático Ynyr, Liam Neeson robando planos en uno de sus primeros papeles, y Robbie Coltrane con su humor irónico. Bernard Bresslaw, como el cíclope Rell, ofrece la interpretación más emotiva; sin duda, se lleva uno de los momentos más recordados del film.


Los defectos son evidentes. El ritmo sufre altibajos, con segmentos que se extienden más de lo necesario y diálogos que basculan entre lo solemne y lo artificioso. La Bestia carece de un desarrollo claro como antagonista, y algunos efectos —especialmente los caballos de fuego— han envejecido de forma desigual. El tono oscila entre la épica seria y el camp involuntario, un desequilibrio que en 1983 desconcertó a críticos y público por igual. La recaudación, apenas 16 millones, reflejó ese desencuentro.


En definitiva y resumiendo: El paso del tiempo ha sido generoso con KRULL. Su influencia se percibe en videojuegos como FINAL FANTASY y en producciones de ciencia ficción que adoptaron su mezcla de géneros. Es normal que sea un tema de debate en redes, reivindicada como una rareza valiente que privilegia la imaginación por encima de la perfección técnica. Su artesanía visual y su ambición la convierten en un testimonio de una era en la que el riesgo creativo aún podía colarse en grandes presupuestos. No es un clásico universal, pero sí una obra que, para quienes sepan mirar más allá de sus costuras, guarda intacta la magia de la aventura.