En el interminable sembradío de slashers que Hollywood cultiva con precisión agrícola, CLOWN IN A CORNFIELD o como la han titulado aquí en España con el horrible COSECHA SANGRIENTA (2025) brota como una de esas plantas que prometen abundancia, pero germinan con desigual fortuna. Dirigida por Eli Craig —recordado por su gusto por la ironía sangrienta en TUCKER Y DALE CONTRA EL MAL — y coescrita con Carter Blanchard, la cinta adapta la novela juvenil de Adam Cesare con un tono que oscila entre la sátira sociopolítica y el homenaje nostálgico al cine de terror rural. Su monstruo: Frendo, un payaso corporativo que, tras décadas de olvido, regresa armado con un machete y una misión moralista. Su escenario: Kettle Springs, ese arquetipo del pueblo americano que sobrevive más por terquedad que por esperanza.
Quinn y su padre acaban de mudarse a la tranquila ciudad de Kettle Springs con la esperanza de empezar de cero. En su lugar, descubre una comunidad fracturada que ha atravesado tiempos difíciles tras el incendio de la preciada fábrica de sirope de maíz Baypen. Mientras los lugareños discuten entre sí y las tensiones se desbordan, una figura siniestra y sonriente emerge de los campos de maíz para limpiar el pueblo de sus cargas, víctima sangrienta a víctima. La verdadera diversión comienza cuando el payaso Frendo sale a jugar.Craig juega con el cliché como quien lo conoce de memoria y que no esconde de ninguna manera. El grupo adolescente —el chico sensible, la niña rica, el chico de color que esta para cubrir la cuota de pantalla— parecen salidos de una maqueta slasher, pero el guion intenta torcer sus destinos. Este grupo que tiene un canal de Youtube donde suben bromas donde Frendo es el protagonista, es una rebelión simbólica que se vuelve literal cuando el verdadero payaso regresa para “limpiar” el pecado. La metáfora es evidente, pero efectiva: una América rural que se devora a sí misma mientras culpa a los jóvenes por un colapso que no provocaron.
Con una fotografía que alterna entre lo pastoral y lo infernal, la película encuentra sus mejores momentos en la atmósfera: el sonido del maíz moviéndose con el viento, el resplandor de una linterna que revela un machete, la sensación de que algo podrido crece bajo la tierra. Los asesinatos —sangrientos, sí, pero dotados de un macabro sentido del humor— equilibran el terror con comentario social. En tema de muertes tenemos desde decapitaciones hasta un empalamiento pero dotados con cierto humor negro. Es en estos destellos de absurdez donde Craig demuestra que, detrás de su humor, hay un entendimiento real del mito americano: el miedo a haber quedado atrás o varado en el tiempo.
Katie Douglas se erige como una "final girl" de nueva generación: no una víctima resignada, sino una ingeniera improvisada que enfrenta el horror con ingenio y rabia contenida. Su Quinn no solo sobrevive: desmonta las reglas. Kevin Durand, como alcalde y Will Sasso como un sheriff inepto y que no se lleva bien con la juventud, aportan un contrapunto adulto que refuerza el tono tragicómico del relato. La banda sonora, una mezcla de synthwave ochentero y folk distorsionado, acompaña con acierto el carnaval en decadencia: la América profunda convertida en feria grotesca.
Sin embargo, las raíces de COSECHA SANGRIENTA no siempre encuentran suelo fértil. El ritmo inicial se demora en contextualizar el trauma del pueblo, y los diálogos expositivos ralentizan lo que debería ser una siembra rápida hacia el caos. Los personajes secundarios, pese a su carisma, rara vez trascienden sus arquetipos; el comentario social, aunque certero, se diluye en un tercer acto que prefiere el espectáculo violento y grafico. Craig parece debatirse entre la sátira rural y el homenaje puro al slasher, y en ese vaivén, parte de la identidad se pierde. Aparte hay que aplaudir casi la totalidad de efectos artesanales en el maquillaje, con alguna pequeña ayuda del CGI. Aun con esas grietas, hay algo profundamente disfrutable en su desparpajo. COSECHA SANGRIENTA no pretende reinventar el género: lo abraza con gusto, lo parodia con cariño y lo habita con cierta melancolía. Frendo, con su sonrisa despintada y su mirada vacía, no es solo un asesino: es el reflejo de un país que se ríe de su propia ruina. En su mejor versión, el filme funciona como espejo de esa América que intenta preservar su inocencia a fuerza de violencia, donde la moral se disfraza de máscara y el miedo germina entre los surcos del maíz.
En definitiva y resumiendo: COSECHA SANGRIENTA no engaña a nadie y es ante todo, un slasher honesto, es imperfecto y tiene ciertos fallos, pero con su propia identidad. Siembra ideas potentes, aunque no todas florezcan. Pero cuando lo hace, su risa se escucha como un eco entre los tallos: una carcajada amarga, mezcla de sátira y resignación. En tiempos donde el terror busca trascendencia o agradar al publico pedante, esta película recuerda que, a veces, basta con una máscara, un cuchillo y una risa torcida para recordarnos que el miedo, como el maíz, siempre vuelve a crecer.




