El año 2000 fue un momento curioso para el cine de fantasía: el género empezaba a despertar de nuevo y EL SEÑOR DE LOS ANILLOS estaba a punto de redefinirlo todo en el 2001. En medio de esa expectación llegó DRAGONES Y MAZMORRAS, dirigida por Courtney Solomon -según el por obligación, ya que solo quería producirla- con la misión de llevar el mítico juego de rol a la gran pantalla. Sobre el papel, la idea prometía: un presupuesto de 45 millones, dragones, hechiceros y un mundo épico. En la práctica, lo que salió fue una película irregular que intenta capturar el espíritu de D&D pero que se pierde entre un guion muy torpe, efectos digitales que envejecieron muy mal y una puesta en escena que nunca logra estar a la altura de su fuente.
Profion, un mago maligno, está tramando destronar a la nueva emperatriz de un legendario país. Ella recluta un grupo de aventureros y un pícaro que deben encontrar un objeto mágico que frustrará el plan del mago. Se trata de la Barra del Control del Dragón, cuyo portador adquiere la capacidad de controlar dragones. Pero el mago también encarga a sus ayudantes la búsqueda de la Barra.
El guion, escrito por Topper Lilien y Carroll Cartwright, es un cúmulo de clichés y diálogos que provocan risa por accidente. Las sub-tramas se enredan sin rumbo, los personajes secundarios son caricaturas y el humor de Marlon Wayans, pensado como alivio cómico, acaba siendo incómodo e insufrible. Incluso Thora Birch, que debía aportar peso como emperatriz, queda reducida a una figura que pertenece mas al decorado que a la película. El ritmo tampoco ayuda: escenas innecesarias alargan la narración y el clímax, que debería ser grandioso, resulta tan torpe como olvidable.
En lo técnico, la película acusa sus limitaciones: los dragones parecen sacados de un videojuego de la época, los escenarios carecen de atmósfera y la fotografía resulta plana, más cercana a un telefilme que a una producción de gran pantalla. La música, aunque intenta sonar épica, no consigue ser memorable, y la dirección de Solomon carece de fuerza para dar cohesión al conjunto.
Vista en perspectiva, ya que hace un par de días la vi por primera vez -no me atrevía- DRAGONES Y MAZMORRAS llegó en un mal momento: demasiado temprano para aprovechar el renacimiento de la fantasía y demasiado pobre para destacar por sí sola. Fracasó en taquilla y quedó relegada al recuerdo de videoclub, convertida en una rareza que algunos rescatan por nostalgia o como placer culpable. Lo único realmente memorable es la entrega desatada de Jeremy Irons, capaz de convertir un villano mediocre en pura diversión involuntaria.
En definitiva y resumiendo: DRAGONES Y MAZMORRAS es una adaptación fallida que, pese a algún destello de aventura y un villano inolvidablemente exagerado, naufraga por su guion caótico, sus pobres efectos y su ejecución sin alma. Una curiosidad para los más frikis del rol o del cine de la peor calidad, pero una decepción para cualquiera que esperara una fantasía a la altura o un largometraje que respetara el nombre del famoso juego de rol.
El gran imán aquí es Jeremy Irons, que se lanza de cabeza a la sobreactuación mas extrema y convierte cada escena de su villano Profion, en un espectáculo camp. Sus gritos, sus gestos y su exageración absoluta hacen que, aunque la película se hunda, él sea imposible de olvidar. Zoe McLellan aporta cierta frescura como Marina, y Whalin cumple, aunque sin demasiado brillo. El problema es que estos destellos no logran sostener el resto del largometraje.
El guion, escrito por Topper Lilien y Carroll Cartwright, es un cúmulo de clichés y diálogos que provocan risa por accidente. Las sub-tramas se enredan sin rumbo, los personajes secundarios son caricaturas y el humor de Marlon Wayans, pensado como alivio cómico, acaba siendo incómodo e insufrible. Incluso Thora Birch, que debía aportar peso como emperatriz, queda reducida a una figura que pertenece mas al decorado que a la película. El ritmo tampoco ayuda: escenas innecesarias alargan la narración y el clímax, que debería ser grandioso, resulta tan torpe como olvidable.
En lo técnico, la película acusa sus limitaciones: los dragones parecen sacados de un videojuego de la época, los escenarios carecen de atmósfera y la fotografía resulta plana, más cercana a un telefilme que a una producción de gran pantalla. La música, aunque intenta sonar épica, no consigue ser memorable, y la dirección de Solomon carece de fuerza para dar cohesión al conjunto.
Vista en perspectiva, ya que hace un par de días la vi por primera vez -no me atrevía- DRAGONES Y MAZMORRAS llegó en un mal momento: demasiado temprano para aprovechar el renacimiento de la fantasía y demasiado pobre para destacar por sí sola. Fracasó en taquilla y quedó relegada al recuerdo de videoclub, convertida en una rareza que algunos rescatan por nostalgia o como placer culpable. Lo único realmente memorable es la entrega desatada de Jeremy Irons, capaz de convertir un villano mediocre en pura diversión involuntaria.
En definitiva y resumiendo: DRAGONES Y MAZMORRAS es una adaptación fallida que, pese a algún destello de aventura y un villano inolvidablemente exagerado, naufraga por su guion caótico, sus pobres efectos y su ejecución sin alma. Una curiosidad para los más frikis del rol o del cine de la peor calidad, pero una decepción para cualquiera que esperara una fantasía a la altura o un largometraje que respetara el nombre del famoso juego de rol.




