La Asistenta (2025)

Hay películas estimables, películas fallidas y, en un territorio más resbaladizo, películas conscientemente malas que saben exactamente lo que son. LA ASISTENTA pertenece a esta última categoría: un thriller de consumo rápido que no aspira a prestigio alguno y que, precisamente por esa falta de pudor, encuentra su peculiar razón de ser. La novela de Freida McFadden en la que se inspira ya jugaba en esa liga —literatura de aeropuerto y adictiva— y la traslación cinematográfica dirigida por Paul Feig no intenta ennoblecer el material, sino exprimirlo hasta la última gota.

Una joven (Sydney Sweeney), con un pasado complicado comienza a trabajar como asistenta en la lujosa casa de los Winchester. A medida que se adentra en la vida de la familia, descubrirá secretos oscuros que pondrán en peligro su seguridad, pero quizá ya sea demasiado tarde... 

Feig, cineasta con olfato para el artificio elegante (UN PEQUEÑO FAVOR), parece entender aquí que la clave está en asumir el exceso. LA ASISTENTA funciona como una versión hipertrofiada de aquel experimento previo: más descarada, más exagerada y deliberadamente menos refinada. El resultado es un producto que muchos despacharán como “basura”, pero que posee una coherencia interna sorprendente si se acepta su juego. No es cine de autor ni pretende serlo; es un espectáculo diseñado para provocar y entretener, aun a costa de rozar el ridículo, algo que la novela abrazaba desde la primera hoja.


El reparto se reparte el protagonismo de manera casi equitativa entre Sydney Sweeney, Amanda Seyfried y Brandon Sklenar, un trío elegido tanto por su fotogenia como por su capacidad para sostener el tono exagerado del relato. Feig explota sin complejos el atractivo físico de sus intérpretes, subrayándolo con una puesta en escena que roza lo fetichista, pero lo hace con una consciencia casi paródica que evita —por poco— el mal gusto absoluto, exceptuando un par de escenas de sexo con una música que pretende ser sensual, pero que parece mas el hilo musical de un Starbucks.


De todos ellos, es Amanda Seyfried quien se adueña de la función. Su Nina es un torbellino imprevisible, una caricatura deliciosa que remite sin disimulo al melodrama clásico y a esas interpretaciones muy excesivas que hoy solo pueden abordarse desde la ironía. Su trabajo, tan pasado de rosca como calculado, acaba siendo clave para que la película encuentre su verdadero tono a medida que el relato revela sus cartas. Sklenar, por su parte, se mueve con soltura en el arquetipo del galán y marido de Nina, permitiéndose incluso ciertos deslices humorísticos que alivian la rigidez del thriller.


Sweeney, en cambio, carga con el rol más ingrato: el de eje narrativo y ancla emocional. Tiene presencia y carisma, aunque inevitablemente diluida entre tanta extravagancia. Cumple con profesionalidad, pero el guion no le exige demasiado más allá de reaccionar al caos que la rodea. Además Sweeney parece demasiado cómoda en realizar las mismas expresiones faciales en todas su películas, sean del genero que sea. El reparto secundario apenas deja huella, aunque tengamos al (y perdón por la expresión) actor "follador" que no es otro que Michelle Morrone realizando el papel de jardinero de la familia, pero que acaba funcionando como mero decorado para el desfile de excesos.


En definitiva y resumiendo: LA ASISTENTA dividirá al público. Habrá quien la rechace de plano por su falta de sutileza y exageración extrema, en cambio, otros se dejaran arrastrar por su espíritu desvergonzado, aparte de los lectores y lectoras que hayan leído la novela, aceptaran que el tercer acto tome un camino mas cinematográfico. No busca ser PERDIDA ni ATRACCIÓN FATAL; se siente más bien como un culebrón desquiciado que abraza su condición de placer culpable. Y en ese terreno, sin grandes pretensiones pero con notable eficacia, la película cumple.