
Un hombre en un metro lleno de gente; un conductor atascado
en el tráfico; una mujer golpeada por su esposo. De una ciudad a otra, la ira
crece en los individuos, cada una generado por un principio diferente. Luego
explota impetuosa y repentinamente. Un fuego digital que se origina en una
llama débil y la gran pantalla resplandece con polígonos rojos, fuego que se
extiende y ciega, dejando al espectador asombrado. Es la esencia de la forma,
un esqueleto de perspectiva que crece gradualmente en tres dimensiones,
convirtiéndose en una figuración casi abstracta. Así es el inicio de PROMARE (2019).